En la entrevista, que publicaremos en dos entregas sucesivas a lo largo del Mes de junio, nos cuenta su larga y valiosa implicación en la conservación de las tradiciones musicales de la montaña.central astur-leonesa, cómo era la vida en estas comarcas leonesas desde mediados del siglo XX, cómo se vivía el folklore, y todo lo que ella -y su marido Lucio- hicieron para su preservación hasta la actualidad.
- Yo nací aquí, en San Miguel de Laciana, este pueblo es San Miguel, Villablino está ahí, tiene su límite muy cerca, pero esto es San Miguel.
- Pues desde muy pequeña porque mi abuela era una gran aficionada al pandeiro. Su padre había sido acordeonista, mi bisabuelo, que se llamaba Avelino Rubio, tocaba el acordeón diatónico. Y mi abuela tocaba también el acordeón. Entonces es como si ya formara parte de mi vida desde muy pequeña.
- Sí Mi abuela con el pandeiro mucho, en los filandones y cuando hacíamos la matanza, el último día que era el de embutir, que era el más relajado, venían mujeres después de comer para ayudarnos y siempre se armaba algo de baile, eso sí lo recuerdo desde muy pequeñina.
- En 1946.
- Sí, pero después de la guerra ya no tanto, después de la guerra hubo un parón grande, incluso con los filandones, la gente tendría miedo, no se querrían reunir. Los bailes eran también mucho más distanciados, fue distinto. sí. Después, en la década de los años 50 se formó un grupo que lo hizo la sección femenina y trastocaron bastante la indumentaria e incluso los bailes. Hacían muchas coreografías, ya no...
- No, era ya una cosa muy preparada. Pero eso ocurrió en toda España. Porque después cuando íbamos a bailar por ahí con otros grupos lo hablé yo, y muchos grupos tenían todavía el sello de la sección femenina, con los manteos que los encortearon, porque los trajes de época eran largos, abajo hasta los tobillos, y ellos los habían cortado. Querrían dar como otra imagen distinta, como más moderna...el caso es que trastocaron todo.
Y en 1979 es como si hubiera habido como una especie de revolución cultural, porque a mí me pasó en Asturias, con otros grupos, que sin conocernos de nada ni ponernos de acuerdo estábamos en la misma línea, es decir, yo voy a bailar como vi bailar a mi abuela, a la tía Felipa, a Emilia Otero, a todas aquellas mujeres y hombres. Y vamos a sacar los manteos, los que eran auténticos, y ya está. Fíjate qué fácil era.
- Sí. Claro, a mí mi abuela, como yo era pequeñina me hizo una sayina, porque yo encima le decía “ay, no, no, yo un manteo de esos tan oscuros no”. El traje de aquí es muy austero, oscuro, pero incluso los habían adornado. Mira, los cuatro colores de los manteos de aquí, de la montaña, son el verde oscuro, negro, marrón, y un morado muy oscuro también. Con paños fuertes, algunos de paños del país, otros, si se tenían posibilidades económicas eran de paños llamados “finos de Segovia”, que son esos que brillan un poquitín y son tan guapos. El del país era de paño pardo, de las ovejas nuestras, de lana, abatanado, que quedaban duros y duraban una eternidad.
- ¿Pesaban? El manteo lo pones y se tiene así de pie. Me contaba a mí el abuelo de dos de los chicos que bailaron en el grupo San Miguel, que era de El Villar, que él iba de caza con un pantalón de paño pardo y que, aunque lloviese tardaba en calarle el agua, y que a días no le calaba.
- Jugábamos al corro y a la comba, y los niños cantábamos. Con la comba recuerdo que recitábamos a los reyes godos. Las niñas jugábamos también a “a la una anda la mula”, porque éramos un poco bruticas, y unos saltaban por encima de los otros.
- En el grupo que se formó cuando yo podía tener unos 10 años, yo ya cantaba. Una compañera mía y yo éramos las cantadoras.
- Pues sí, porque resulta que la maestra, doña Elena Calzada, que era de Robles, de aquí del país, tenía mucha afición, y recuerdo que no salíamos ni al recreo porque estábamos con el pandero siempre. Como mi abuela. Yo pienso que aquellas mujeres estaban como preocupadas de que no aprendiéramos, fíjate.
- Sí, en la escuela. Y después había otra escuela que era de la Minero donde iban hijas de mineros, y ahí también. Estaba la señorita Elisa que era falangista, de la sección femenina, y aunque no bailaba organizaba. Y sí buscó a alguna mujer del pueblo que iba a tocar el pandero en los ensayos alguna vez.
– No, era el grupo de bailes y danza de la Sección Femenina, que yo creo que se llamaba en todos los sitios igual.
- Sí, era una pequeña casa de huéspedes que teníamos, en la casa de mis abuelos.
- Sí, sobre todo en el invierno, igual los filandones ya se fueron dejando, porque también empezó a morir ya la gente mayor donde solíamos ir a las cocinas, pero sí, mi abuela siempre canturreaba, y cuando bajaba tocaba la “canada”, la jarra de ordeñar. Yo la oía cantar cuando ordeñaba.
- Sí, más las mujeres, sí. También había hombres que tocaban, pero además los hombres en público no tocaban. En los filandones y en plan de broma sí, pero por ejemplo, para amenizar un baile no. Yo tardé en ver a un hombre tocando el pandeiru, que era Melchor Rodríguez, del puerto Leitariegos, que era un entusiasta y un hombre que sabía muchísimo.
- No lo sé. Por ejemplo, nunca verías a un hombre tocando para una boda, eran cuatro mujeres las que tocaban. Ahora en cambio se ven mucho. Después de que ya con el grupo San Miguel los chicos salieron a estudiar, un invierno yo ya enseñé como a cuatro chicos, ya mayores, de unos 20 años o así. Igual era porque les parecía que era muy femenino, no sé, es una suposición mía.
Mira, nosotros hicimos una vez en el cine una exhibición de cada comarca de la montaña occidental asturleonesa, Laciana, Babia, Omaña, Riba de Sil, y Luna, y vino una pareja de cada sitio. Aunque el baile es el mismo lo llaman de distinta forma: En Luna, Babia y Omaña le llaman el “Chano”, mientras que aquí es “la Garrucha o Baile del País”, en Palacios es “el País”, en Valle de Lago “las castañuelas” le llaman.
- Hombre, los hombres eran unos bailadores impresionantes, sí, sí. Lo que no tocaban era el pandeiru, pero sí las castañuelas.
- Son comunes, puede cambiar algo la música a lo mejor, el son, pero las letras nuestras pueden coincidir con las de Asturias, pero con un son -música- distinto.
- No, no, con mi abuela y la Tía Felipa. En la Sección Femenina también porque la maestra era de Robles, de aquí.
- Sobre todo en los filandones.
- Sí, íbamos, aunque ya empezaban a decaer en las décadas de los 50 y 60.
- Sí, desde octubre, cuando ya bajabas las vacas de las brañas, y ya empezaba el mal tiempo y no había labor que hacer fuera, hasta marzo, cuando empezaba el laboreo de las tierras, había que hacer presas, y a levantar “portiechos”, las paredes de los “praos” que caen trozos, que había que revisarlo todas las primaveras.
- Después de cenar, y el calecho antes, después de comer hasta la hora de ordeñar. En estos había menos gente, pero venían a jugar la partida, la brisca.
- Pronto, los filandones igual empezaban a las 9 o 9,30 h, y en ellos se trabajaba mucho. Y tampoco eran hasta las tantas.
- Solían ser siempre en las mismas casas, en cocinas grandes. Nuestra casa era “calechera”, y después estaba la barraca, que era una cocina enorme donde yo iba con mi abuela.
- Así con vitalidad hasta la Guerra Civil, después ya menos.
.- Sí, se cantaba, se tocaba, se tejía, se hilaba, los hombres hacían también cosas, el que fuera madreñero o preparaban la “hervía”, que es con lo se “xune” la pareja -de animales-, los correajes de cuero, había que repararlos, engrasarlos o ponerlos a tono...
- Pues el pandeiru por supuesto, y las castañuelas, la voz si coincidía que había alguna cantadora, o se enseñaba a bailar a los nenos... pero sobre todo se trabajaba bastante.
- Si, aunque mi madre menos, pues la cogió la guerra con 15 años. Sobre todo con la tía Felipe, una prima carnal de mi abuela que era tocadora de las bodas.
- Pues fíjate, las mujeres cuando estaban en la cuadra y ordeñaban sí tarareaban, y había alguna con buena voz cuando iban a la hierba...
No éramos como las cuadrillas que venían después a segar el centeno, que venían de El Bierzo mucho, y esas sí que cantaban cuando segaban. E incluso cuando iban de regreso para casa ya.
- Sí, pandeiru, castañuelas, acordeón diatónica...
- Sí, porque por aquí por el norte debió de llegar a finales del siglo XIX, y comienza a desplazar un poquitín al pandeiru, porque a la gente le encantaba, y para las tocadoras era un esfuerzo también, porque eran ellas las que amenizaban los bailes, hasta que llegó el acordeón.
- Yo creo que era más de hombres en aquella época, aunque también lo tocaban mujeres.
- No, eso aquí nada, no, no.
- Gaita, los asturianos, pero no era un instrumento propio nuestro. Que tampoco el pandeiru lo es, porque está muy extendido, pero lo consideramos más nuestro.
-Antes sí, ahora ya no.
- Era igual, las panderetas se usaban más para las jotas y los bailes de “alredor” como se decía por aquí, pero también vi yo en Babia tocar el Chano con pandereta.
- Sí, sí, eso es por Peñaparda en Salamanca. Nosotros recorrimos mucho, y una vez coincidimos con un grupo de señoras ya mayores, que lo tocaban con la porra. Ay, madre, ¡qué cosa tan bonita y auténtica!
- Pues yo creo que el pandeiru, sí.
- El que tengo ahora me lo regalaron, pero el primero que tuve en el Grupo San Miguel lo mandamos hacer nosotros en Trasmonte, en Asturias. Porque el que había en mi casa estaba ya muy mal.
- Bueno, como tuvimos el de la abuela y el de la Tía Felipa, viejo viejo, pero íbamos tirando. Y después ya hicimos los del Grupo San Miguel en Asturias. Pero ahora ya los hacen aquí.
- Pues mira, aquí hay una mujer que los hace, que es familia del dúo Tsacianiegas.
- Sí, para la jota, el Chano, el Baile del País, que se tocan con el movimiento de los brazos. Mi hijo también las hace.
- Sí, estábamos recién salidos de la pandemia, y fue una cosa muy emotiva. Fue algo sencillo, en el cuarto del pueblo, un reconocimiento a mí, y a Lucio, mi marido también. Nos pusieron una placa en la casa del pueblo, afuera, en San Miguel.
- Totalmente, sobre todo transformando, la forma de vestir, de bailar. El carbón fue un bien para la comarca pero tanta gente de fuera va cambiando todo, y lo típico se puede llegar incluso a olvidar. Fue una revolución total, aunque los hijos de los que vinieron a la mina ya eran de aquí.
- Yo empecé con la ilusión de que los nenos aprendiesen a bailar como se hacía antes, y todo eso te va llevando, te vas metiendo... y quieres indagar -no quiero decir investigar que eso a mí me queda muy grande-. Vas a un sitio, te cuentan cosas, te van dirigiendo a más personas que saben de eso...y así empezó todo.
- A Luna fuimos poco. Íbamos los fines de semana mi marido y yo, y a veces alguno de los chicos. Si nos iban a enseñar un baile, por ejemplo, iba también algún padre que los llevaba. En Valle de Lago recuerdo que nos enseñaron la Jota de Somiedo, en un corral, y después del verano volvimos a que nos dieran el visto bueno, a ver si lo hacíamos bien. Lucio, mi marido grababa todo.
- Sí, sí, un entusiasta total. Yo hubiera enseñado a bailar un grupín de nenos, y ahí se hubiera acabado todo, pero él dijo, primero vamos a legalizar esto porque viajamos en un bus cargado de nenos -“vaya responsabilidad, ahora que lo pienso”-. Entonces se hizo una asociación, “Sociedad San Miguel, de bailes y costumbres de Laciana”. En 1979 empezamos a ensayar, yo con un grupín de mis hijos y sus amigos. Después con el boca a boca empezaron a venir más, y ensayábamos en el salón del pueblo, que era como nuestra casa (ríe). Y se legalizó todo poco después, a principios de la década de los 80. Y empezamos a salir en bus a bailar a Luarca...
- Sí, eso lo hacía Lucio, mi marido, que tenía un equipo, porque siempre le encantó la fotografía. Se grababan las canciones.
- Pues mira, empezamos en 1979 y tuvimos bastante actividad durante unos 15 años. Lo hacíamos los fines de semana. Cuando lo chicos, que empezaron muchos de niños, iban acabando el bachillerato se iban fuera, pero seguíamos ensayando en verano, navidad, semana santa...porque siempre teníamos alguna actuación. Pero después ya se dispersaron muchos por España...
En esa época, al empezar, tuvimos la suerte de que aún vivía mucha gente que había vivido aquellas costumbres, y llevábamos a los niños al salón del pueblo para que los vieran bailar. Entonces, claro, los chicos bailan como la gente de antes, que eso es algo bastante difícil, de encontrar en un grupo de baile tradicional, porque no se veía a la gente mayor bailar. Y ahí trajimos a los mejores bailadores que quedaban.
- Pues mira, en Babia estaba Pepe Tovar, que era un bailador impresionante, de Riolago, aunque vivía en Villablino y no nos era difícil traerlo al Salón del Pueblo. En Villaseca estaba Manolo. Después Melchor Rodríguez, del Puerto Leitariegos, que bailaba el Son de Arriba, que es el mismo baile pero con matices de zona y distintos nombres. El Son de Arriba ahora se puso muy de moda, y lo deben de bailar hasta en Oviedo. Es muy saltado, el movimiento de brazos de los hombres es impresionante, y les encanta -aquí ese baile es más sereno-. En Asturias es que estas cosas las cuidan muchísimo.